miércoles, 19 de abril de 2017







EL PRÍNCIPE DE LOS ENREDOS,
Roberto Aliaga y Roger Olmos
EL BOSQUE ANIMADO,
Wenceslao Fernández Flórez


El magnífico álbum escrito por Roberto Aliaga e ilustrado por Roger Olmos concluye del siguiente modo:
“A la mañana siguiente, el cuervo apareció a gran altura, tras una nube. Traía una maleta. 
     El campo se derramaba como una balsa. Solo había campo y cielo…Y una encina seca entre ellos.
     El ciervo se posó en el suelo, junto al tronco. Colocó un buzón. Dibujó una puerta, y metió dentro su maleta.
     Después, orgulloso, se posó en una rama. Príncipe de los enredos. Rey de la nada”.
    Cuando acabé de leer este álbum ilustrado, pensé en mis alumnos, jóvenes adolescentes a quienes les cuesta en muchas ocasiones ser ellos mismos. Este libro plantea la necesidad de asumir con humildad que cada hombre tiene un cometido sobre la faz de la tierra, y que se dignifica al cumplir la misión que ha elegido. A veces es necesario convencerse de que cualquier trabajo (incluido el que uno mismo realiza, por supuesto) es digno si digna es la persona que lo ejerce. De ahí, la alta enseñanza de este libro de Roberto Aliaga: persuadir al lector (de cero a cien años, tanto da) de que la raíz de un árbol, sus hojas y el tronco desempeñan trabajos complementarios, pues la felicidad de cada una de las partes no es posible sin la felicidad de todos. Y por eso es un error ceder al enredo de un cuervo que alimenta con enredos otra posible vida, por eso es empobrecerse murmurar y permitir que otros murmuren, porque al final quien mal actúa siempre estará solo.
     Mas leído El príncipe de los enredos, y por extrañas asociaciones propias del intertexto lector (que según A. Mendoza Fillola es algo así como un  haz de posible asociaciones temáticas que se producen en procesos lectores avanzados), pensé de inmediato en un libro que me gustó mucho de un escritor casi olvidado, pues se le ha asimilado exclusivamente con el humor y el género periodístico (como si estos quehaceres fueran poca cosa). Bastaría con leer el capítulo “La fraga de Cecebre” (“estancia” lo nombra el propio autor) para advertir que en la espesura del bosque gallego todos los árboles tienen vida, que a través de la descripción del paisaje se ahonda en el conocimiento del alma de la fraga y en el pulso de la vida. Narrada con un lirismo elegante y con una delicadeza casi infantil, plantea el deseo de algunos árboles de asemejarse a un poste del tendido eléctrico. Y esta pretensión de ser otro provoca el sufrimiento y la muerte de algunos árboles.
     Frente al estilo directo y eficaz del libro de Roberto Aliaga, valoramos también los aspectos propios de la novela poemática en el libro de W. Fernández Flórez. Mutatis mutandis, comparten un mismo universo temático: el bosque es un hermoso ser vivo que reivindica el valor de la autenticidad.

Julián Montesinos Ruiz

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